La esquina donde se juntan las calles 26 y 27 es un lugar emblemático de los Tribunales mercedinos. Una postal, donde la imponencia del Palacio y la histórica confitería se conjugan en un paisaje de abogados, cafecitos, gestores, expedientes y medialunas.

Hace unos días, por allí andaba despidiéndose el verano con los últimos latidos de sus rayos de fuego, recorriendo la mañana. Y en una mesita, sobre la vereda, también andaba Lucas, envuelto en la nostalgia que anticipa la llegada del otoño.

Yo conocí a varios Lucas.

Al que vi por vez primera, allá por el lejano junio de 1984, cuando en mi juramento, sus enormes manos me desearon suerte en el camino a recorrer como letrado.

Al que en 1998, me llevó en su auto por todas las ciudades del Departamento Judicial de Mercedes para presentarme a los colegas, a quienes decía: “El Dr. es nuestro candidato a Presidente en las próximas elecciones. Tenemos mucha confianza en él y les pedimos que nos acompañen con su voto”.

Al abogado señorial y prestigioso que paseaba su imagen de gigante bueno por los pasillos tribunalicios, ejerciendo con honestidad y responsabilidad la profesión que llevaba en el alma y en la sangre.

Al dirigente que entregó generosamente horas y años de su tiempo al Colegio de Abogados, ocupando los cargos de Secretario y de Vicepresidente primero, espacios  a los que honró con capacidad, dedicación y compromiso.

Al que fue reconocido por el Colegio en un emotivo evento, donde el Salón de Actos resultó pequeño para albergar tanto afecto y tanto cariño.

Al “sufrido” y orgulloso hincha de Racing, que disfrutaba de cargadas y bromas, capaz de “bancarse” a varios juntos, desde su corazón celeste y blanco.

Al excelente padre de familia. Al que junto a su señora esposa formó un hogar con cuatro hijos, de los cuales tres llevan en las venas su pasión de abogado. Y conocí al amigo de todos. Al buen vecino. Para ellos, no era el Doctor. Era simplemente “Vicky”.

Una tarde, todos esos Lucas se juntaron y decidieron descansar de un largo trajinar. Y  Lucas fue a sentarse ahí, en medio de uno de sus sitios más queridos y añorados. Allí lo vimos apagarse. Mirando sin mirar, saludando con la endeble sonrisa de sus labios.

Hace unos días, por ese lugar andaba despidiéndose el verano con los últimos latidos de sus rayos de fuego. Hoy, la mesa y la vereda están vacías. Hoy, es tristeza. Hoy, es una lágrima. Hoy, ya es otoño.

Horacio Alberto Vero


Fuente: Dr. Horacio Vero