Seguramente, alguna mañana, alguien nos presentó en Los Bajos, compartiendo algún café.  Y por calendarios, todo quedó ahí: un saludo cordial entre colegas.

Pero el destino nos juntó en 1998 en el Consejo Directivo de nuestro querido Colegio.  Me sugirieron su nombre para ocupar la Vicepresidencia 1º. Y así fue. Alberto fue honrado por unanimidad con tal honroso cargo.

A partir de allí, compartimos horas, días, meses y años. Y entonces sí, aprendí a conocerlo. A respetarlo. A valorarlo. Y a quererlo.

Alberto fue un dirigente brillante. Honesto. Responsable. Leal. Un verdadero lujo que nos dimos quienes tuvimos el honor de tenerlo como compañero.

¡Cuántas veces sus conceptos claros marcaron el rumbo! Cuántas veces me brindó su capacidad para que el Presidente del Colegio saliera airoso de mil contratiempos, mientras él asentía desde el anonimato! No había sido yo, sino él, el estratega y el conductor.

Entre otras gestiones exitosas de aquella época, no exagero si digo que la propiedad  a favor del Colegio, del inmueble ubicado frente al Edificio de Tribunales, lo tuvo como protagonista central en toda su tramitación.

Lo recuerdo, además, elegante como pocos, cuidando hasta el más mínimo detalle en su impecable vestimenta. Amable en el trato. Y un caballero. Pero de pocas pulgas. Si alguien lo enojaba, bueno, cuidado, había que bancarlo al hombre.

Con una mueca entre resignada y tímida –como él mismo reconocía y se cargaba- supo llevar sus dificultades físicas con notable entereza. “Voy al Estudio a las 13 porque tardo cuatro horas en vestirme” – respondía desafiante- cuando hacíamos chistes sobre su horario de atención.

Y Alberto era, sobre todo, un gran abogado. Sólido. Estudioso. Letrado de permanente consulta. Reconocido por clientes, colegas, funcionarios y magistrados. Y no solamente en Mercedes.

Pasaron las lunas y los soles. Aquellas horas vividas día tras día, se esfumaron en el torbellino de los tiempos. Hace algunas semanas, después de más de dos años de no tener noticias, llamé a su casa. Hablamos de esas cosas de la vida. Le dije que lo quería mucho. Me respondió de igual modo. De modo imprevisto, la comunicación se cortó.

Seguramente, alguna mañana, vaya a saber en qué lugar, nos encontraremos para compartir un café y seguir conversando sobre esas cosas de la vida.

Horacio Alberto Vero


Fuente: Horacio Vero