EL TRABAJO

 

Hoy se celebra el día del trabajo.

En muchísimas casas, desde bien temprano,

andarán los hombres levantando en la mano

la copa del vino ganado con cansancio,

y en los patios de otoño el humo azulado

invadirá los aires con fragancias de asado.

La mujer laburante dirá desde su encanto:

es también nuestro día este día de mayo.

Preparará la mesa con un mantel bordado

donde alegría y pan, vendrán como invitados.

Pero en otras casas, desde bien temprano,

estarán los hombres, es decir los hermanos,

buscando sin consuelo un cacho de trabajo,

con la piel suplicante de ilusión y de canto,

y el corazón herido, ya casi agonizando.

Para ellos no es hoy el primero de mayo.

Para ellos la luna se desplomó en el barro.

El pájaro no vuela su vuelo esperanzado

y el lucero del alba con su luz se ha marchado.

Cada cual sabe bien quién le robó el salario,

la dignidad, la risa, la comida y el plato,

las palas, el martillo, los surcos, el arado,

y el viejo mameluco, grasiento y remendado.

Por eso cuesta y duele celebrar el trabajo.

Por tantos postergados y olvidados.

Por tanta explotación y tan injusto pago

que lastima las entrañas y los labios.

Tal vez, tal vez un día, el primero de mayo,

asome con un sol que alumbre con sus rayos

a todas esas casas con igualdad de trato,

y mujeres y hombres ofrenden con sus manos

la copa del buen vino, la del justo salario,

la del laburo honroso, la del sueño alcanzado,

la de la casa propia con ventanales amplios,

la de la calle grande sin ningún pie descalzo.

Quizás no esté muy lejos ese tiempo anhelado

y sea cada día el día del trabajo.

Quizás tan solo falte aprender a mirarnos

y empezar a marchar tomados de la mano.

El cielo nos ofrece su horizonte más claro

donde niño y paloma nos están esperando.                                                                    

Horacio Alberto Vero.  

 


Fuente: CADJM